París no era precisamente de esas
ciudades que yo tenía en mi lista de deseos. Es verdad que no conozco a nadie
que haya ido y no le haya gustado pero, aun así, no sé porqué, no era una
ciudad que me atrajera especialmente… hasta que la conocí.
La verdad es que es una ciudad muy
bonita. Hasta la torre
Eiffel, que en fotos siempre me resultó de lo mas cursi, he
de reconocer que gana en persona.
No teníamos mucho tiempo para
visitarla, apenas dos días y medio, así que decidimos planificar bien la visita
y aprovechar los cortos días de enero al máximo. Esto exige levantarte pronto y
aprovechar las primeras horas de la mañana aunque haya que abrigarse bien
porque en París en enero hace FRIO.
Nuestro vuelo llegaba a primera hora
de la mañana al aeropuerto de Orly que está bien comunicado por bus y tren con
la ciudad aunque en cualquiera de los casos hay que rascarse el bolsillo.
Nosotros optamos por el Orlyval, un tren que en pocos minutos te lleva a la
estación de Antony, donde puedes conectar con la red de metro para ir a
cualquier punto de París. Solo el Orlyval cuesta 9€ (2014) y si optáis por el
combinado orlyval-metro sale por 11,65€. Es un medio rápido y cómodo.
Otra buena alternativa es el Orlybus
que cuesta algo menos y en poco mas de media hora te acerca a Denfert-Rochereau
donde puedes enlazar con la red de metro y RER (tren de cercanías). Ambos
medios están incluidos en los diferentes bonos por días/zonas que vende la RATP
(Visite Card), que valen una pasta pero que si se va a usar mucho el transporte
pueden llegar a compensar. Es cuestión de echar cuentas.
Nosotros nos buscamos un hotel en
el centro, junto a la Iglesia
de Madeleine, a mitad de camino entre la Ópera y los Campos Elíseos. Aun así, para
recorrer una ciudad como París no queda mas remedio que tomar el metro o el bus.
Existen bonos de 10 viajes de metro/bus que salen algo mas baratos que comprar
los billetes sencillos.
Nada mas dejar las maletas en el
hotel nos fuimos caminando a los campos elíseos y nos los recorrimos hasta
llegar al Arco del Triunfo. Es un paseo largo pero muy bonito en una mañana
soleada como la que nos recibió. Comenzamos en la plaza de la Concordia con su
magnífico obelisco y continuamos por los preciosos jardines de la zona de
Clemenceau que van estrechándose hasta desembocar en una avenida realmente cosmopolita
y variada en la que igual te encuentras tiendas de Cartier, restaurantes de
comida rápida o establecimientos de todas las grandes cadenas internacionales,
desde la a de Adidas hasta la z de Zara. Es como ir paseando por un gran centro
comercial al aire libre en el que disfrutas de la luz y de un exuberante ambiente
callejero.
Después de comer optamos por
subir a Montmartre. Quizá la zona que más nos gustó de París por su ambiente bohemio
y por el encanto de sus callejuelas llenas, incluso en invierno, de terrazas,
cafeterías, tiendas, galerías de arte… y, todo hay que decirlo, por sus
magníficas creperías y pastelerías. Aquí los golosos como yo no perderán el
tiempo. Probé unos dulces de pistacho en una pastelería junto a Ambesses y me
gustaron tanto que al día siguiente tuvimos que volver para repetir la merienda.
No puede dejarse de subir, bien
por escaleras o en su funicular, a la Basílica del Sagrado Corazón desde donde se
divisan unas vistas espectaculares de la ciudad. Desde allí, ya anocheciendo
fuimos bajando hasta el Boulevard de Clichy donde, tras hacernos la obligada
foto en el Moulin Rouge tomamos el metro hasta el hotel.
El segundo día nos levantamos
temprano y nos fuimos a ver la Torre
Eiffel. Optamos por coger el metro hasta la
estación de École Militaire y recorrer los famosos Campos de Marte. Reconozco
que a pesar de mis prejuicios, cuando de repente tuerces una esquina y te
encuentras con la famosa torre, impresiona. Resulta realmente espectacular por
su descomunal tamaño, si, pero también por lo bien que lleva sus casi 10.000
toneladas de acero distribuidas en una figura que cuando la tienes delante, sin
saber exactamente porqué, te resulta realmente atractiva.
Después de ver la torre y para
descansar un poco, optamos por tomar uno de los numerosos paseos en barco por
el Sena, que se pueden coger en el embarcadero, junto a la torre y frente al
Trocadero. Estos cruceros, como aquí los llaman, te permiten tomar una vista
panorámica de algunos de los edificios mas representativos de la ciudad y de
las riveras declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. A parte de lo
agradable que resulta el paseo, como gran parte de París se encuentra
construida de cara al Sena, nos permite descubrir, en poco mas de una hora, un
gran número puentes, monumentos, edificios y ambientes a los que llegar a pié
resultaría mucho mas lento.
Para rematar la mañana, y ya que
estábamos por aquella zona, nos fuimos a ver el Hôtel des Invalides y la tumba
de Napoleón. Y como guinda, nos encontramos en la misma Plaza des
Invalides con una concentración de coches antiguos que nos permitió ver algunas
piezas realmente bonitas y magníficamente conservadas.
Por la tarde, decidimos visitar el
Jardin des Tuileries y la Cité,
una isla en medio del Sena de poco mas de un kilómetro de largo que atesora algunos
edificios de obligada visita como Notre Dame.
Los jardines de Tuileries reciben
su nombre del hecho de que en el pasado albergaran numerosas fábricas de tejas
“tuiles” y están también declarados Patrimonio de la Humanidad. Resulta
gratificante pasear, a pesar del frío, por estos bonitos jardines, salpicados
de preciosas fuentes y estatuas. Junto a los jardines se encuentra el Museo del Louvre con La
Gioconda en su interior.
Desde allí en un paseo se llega a la Cité,
una preciosa isla flanqueada por dos brazos del Sena, en cuyo interior se
encuentran algunas de las joyitas arquitectónicas de París. Todo el mundo
estará pensando ya en Notre Dame pero, además de la Catedral, tenemos que visitar la Sainte
Chapelle y admirar la arquitectura de la Conciergerie o la
preciosa fachada del Tribunal de Grande Instance. Y ya de paso, echar un ojo al
mercado de artesanía de le jardin de Chantal (Plaza Louis Lépine).
Para rematar el día, como ya
comenté, nos cogimos el metro en la estación de Cité y volvimos a subir a
Montmartre para cenar por aquella zona, comprar alguna dulzaina y disfrutar de
su ambiente nocturno.
Y llegó el último día. Sabíamos
que nos quedaban montones de cosas por ver pero, aun así, como era lunes decidimos
dedicarnos conocer un poco el ambiente de esta ciudad en un día laborable. Yo
creo que la gente va mas tranquila que en nuestro nervioso Madrid, o al menos
esa es la sensación que yo tuve.
Nos fuimos paseando
tranquilamente desde la Opera
hasta châtelet y sin darnos cuenta estábamos otra vez en la Cité. Entonces decidimos coger
un autobús un poco a lo loco para dar una panorámica por la ciudad y acabamos en la
estación del Este junto a la bonita Iglesia de Saint-Laurent. Allí tomamos el
32 que nos llevó por todo el centro de la ciudad, pasando de nuevo por el
Moulin Rouge y el arco del triunfo y
llegando hasta el Trocadero desde donde tiramos las últimas fotos de la torre
Eiffel.
Ya sólo nos quedaba ir al Hotel a
por las maletas y volver a casa. C'est la vie.